I
Callados, quietos, con silencio inerte,
como cubiertos de una antigua escarcha
encararon anónimos la marcha
de luz y sombra que tejió la muerte.
Él supo alzar banderas de igualdades;
supo tener la lucha en su quimera;
ella supo ser vástago y bandera
flameando en la verdad de las verdades.
Él traía la Francia en el ancestro,
ella sangre argentina y tierra maya;
los dos juntos libraron la batalla
contra el buitre despótico y siniestro.
Esta Patria dolida y torturada
por monstruos que se henchían con su gloria
sepultó con dolor sus dos historias
bajo los “ene ene” de la nada.
II
El filo del puñal de la inclemencia
los encontró a la vuelta de una esquina
y una voz impiadosa y asesina
les ultrajó la carne y la decencia.
Vaya a saber qué orquesta de picanas
buscaron la verdad en el resuello
con el que aturde a grito y a degüello
la miseria más vil del alma humana.
Rocío y noche fueron los testigos;
el campo su primera sepultura;
los ojos del baquiano, la premura
y dos tumbas sin nombres, el abrigo.
Las anónimas madres le han rezado
la piedad de un anónimo lamento;
anónimo cobijo les dio el viento
y una anónima flor los ha llorado.
III
Pero no se ha cerrado aquella herida
y hoy la Madre Argentina sangra euforia
al parir a su hija: La Memoria
que devuelve las muertes a la vida.
Y hoy ya vuelven a ser hijos y hermanos;
con su historia de niños bienqueridos;
vuelven a tener Nombre y Apellido
y a ostentar Dignidad de SER HUMANOS.
La IDENTIDAD nos grita sin desgano:
¡NUNCA MÁS LA TORTURA NI EL OLVIDO!
Juan Antonio Piñeiro |