El periodista y diseñador gráfico Eric Domergue habla de la militancia de su hermano Yves, uno de los ciudadanos franceses desaparecido durante el Proceso de Reorganización Nacional e integrante del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Además explica qué significó ser pariente de un militante de izquierda durante la dictadura y detalla cómo fue vivir en un país dividido.
Al mundo lo cruza el tiempo, su realidad que se impone, sus verdades y sentidos. Al mundo lo crea esta mano y esos ojos, la palabra y los colores, la tierra. Al mundo lo ve la gente que lo abraza algunas noches y lo besa cuando llueve. Al mundo se lo pierde para volver a encontrarlo y juntos pasear de la mano por calles de tango, hojas de tilo, un cortado y el tic tac incesante de tantos relojes de arena. Recortando las distancias, el mundo es este aquí con nombre y apellido: la República Argentina, ni más ni menos.
En el vaivén de minutos, la Nación va armando su historia, siempre compartida y variada, según la perspectiva y el deseo. Hoy el recuerdo es por el año 1976, una cicatriz en los libros de historia, una lágrima de sal y miles de vidas tomadas. Una tristeza con alas.
Eric Domergue abre las puertas de su casa cuando los relojes de San Telmo dan las 12 del mediodía de un martes de invierno. Él sabe de esos tiempos que pasaron y los recuerda por la memoria de su hermano desaparecido, Yves, un joven francés de 22 años que estudiaba Ingeniería y militaba en las filas de Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), “una de las fuerzas más importantes de la izquierda argentina de ese momento”.
Su familia había llegado a la Argentina en 1959 para “hacerse la América”. En ese entonces, Jean y Odile, sus padres, tenían tres pequeños hijos: Yves, él y Brigitte. Pasaron quince años, seis hijos más y varias dificultades económicas; finalmente decidieron regresar a Francia y, en octubre de 1974, se mudaron a los suburbios de París. Yves se quedó; “ya estaba en la facultad y militaba en una agrupación estudiantil”, explica el periodista.
A pesar de la distancia, los hermanos se mantenían en contacto. Desde Argentina, Eric recibía cartas con información sobre la situación política nacional, sobre cómo “el gobierno de María Estela Martínez de Perón se desmoronaba”. En realidad, Yves solía enviar dos cartas. La segunda (más general y menos comprometida políticamente) era la que debían leer sus padres, católicos conservadores muy humanistas. Ya estaban preocupados por la militancia de su hijo y los riesgos que ella implicaba; la idea era ahorrarles malestar y angustia.
En marzo de 1976, Eric decidió volver a la Argentina a estudiar y trabajar. Lo hizo en el famoso buque “Eugenio C” y durante todo el viaje estuvo pendiente de “pescar” alguna noticia sobre el país. Sabía que el golpe de estado al gobierno de “Isabelita” era inminente. Incluso Yves le había escrito que quizás, para cuando llegase a Buenos Aires, los militares podrían estar en el poder. No fue así pero faltaba poco, apenas dos semanas para el 24 de marzo.
Y el 24 llegó y la indiferencia popular fue general. Eric sostiene que “no hubo reacción porque no había condiciones ni voluntad de defender a ‘Isabelita’”. Además, “la tradición golpista era de fuerte arraigo nacional en la Argentina desde la década del ‘30”.
Domergue señala que el golpe se notó muy rápidamente en las calles pues “había patrulleros y autos militares por todos lados; se sentía que la represión estaba más estructurada que nunca”. El temor era impuesto desde la cotidianeidad. El miedo aparecía cuando los militares paraban un colectivo y hacían bajar a la gente para palparla; cuando revisaban lo que uno leía y cualquier cosa mínimamente ambigua podía significar la detención; cuando aparecían cuerpos acribillados para que los viera todo el mundo. Es que, según Eric, “la Argentina era una gran cárcel y las Fuerzas Armadas controlaban absolutamente todo”. Incluso la opinión pública pues “en diarios de la época como Opinión o Clarín aparecían enfrentamientos todos los días, pero la mayoría no eran reales. La izquierda estaba muy debilitada y se notaba que le estaban dando una paliza bárbara”.
Eric marca que su hermano estaba “muy metido en política” y, si bien admite desconocer muchas de las actividades que llevaba a cabo desde la militancia del PRT, su memoria y algunas investigaciones posteriores le permiten armar una suerte de rompecabezas sobre la figura de Yves: “Él era profesor de materias teóricas como ‘Marxismo’, ‘Economía’ o ‘Filosofía’ en las escuelas clandestinas del partido en el que militaba. Por su capacidad y perseverancia, formaba jóvenes”.
Eric nunca supo donde se alojaba su hermano. Yves se encargaba de mantenerse en contacto. “Las medidas de seguridad implicaban no hablar de más; sobre todo después del 19 de julio del ‘76, cuando mataron a toda la dirección del PRT, a los dirigentes Mario Santucho y José Benito Urteaga”, comenta Domergue. Sus encuentros eran casualidades pautadas, como un azar dominado. Yves estipulaba el día y la hora y se lo daba a saber a su hermano por teléfono o en fugaces visitas a la panadería en la que trabajaba. El lugar de las citas era siempre el mismo: la calle Sucre, en el barrio de Belgrano. Domergue lo explica así: “Yo subía por Sucre desde Barrancas, Yves bajaba desde Cabildo y, en algún punto del trayecto, nos encontrábamos naturalmente, doblábamos en una esquina y caminábamos juntos”.
Algunas veces, Yves viajaba con su organización. Eric “no sabía hacia dónde iba ni por cuánto tiempo”. Así nomás, se filtran los últimos datos: “La última noticia que tuve de Yves es una carta que me mandó desde Rosario; ahí me decía que muchos amigos se estaban ‘enfermando’ (es decir, que estaban cayendo) y que en poco tiempo más volvería a Buenos Aires.” Pero no volvió. A fines de setiembre, en Rosario, él también se ‘enfermó’ y, con él, una novia militante. “Iban cerca del Batallón 121 de Comunicación; los balearon a los dos y los metieron adentro del cuartel”, sostiene Eric.
En los dos meses que siguieron, antes de volver a París y darse al autoexilio, Eric intentó vencer a la realidad en la calle Sucre. Caminó por el reencuentro, como si sus pasos rescatasen a su hermano. “Era por el recuerdo más que por la esperanza de volverlo a ver”, concede el periodista.
Eric regresó a mediados de noviembre a Francia. Por esos días, su padre viajó a la Argentina para hacer la denuncia y presentar tres hábeas corpus por la reaparición de Yves. Nada funcionó y Jean también regresó a Europa, con su familia. En Francia, Eric comenzó a escribir, a usar la pluma combativa para brindar conciencia a la gente y explicar los excesos argentinos, para alertar a la opinión pública internacional. Pero eso tampoco pudo salvar a su hermano. Ahora espera… unas excavaciones que se están realizando en Rosario podrían devolverle el cuerpo de su hermano. Por las dudas, no se ilusiona.
Por hoy Sucre es un mundo y al mundo lo cruza el tiempo, lo crea esta mano y esos ojos. Al mundo se lo pierde pero siempre se lo vuelve a encontrar. |